El diario cordobés La Voz del Interior se ha ocupado toda esta última semana del final de la serie. En su ejemplar del domingo coloca una nota con un doble análisis del final de la serie. Otra opinión más que suma a las millones que dan vuelta por el mundo.
El juego continúa
Por Celina Alberto
El viaje terminó y el efecto Lost perdura con un sabor persistente. La última temporada, con altibajos y redundancias al principio, desembocó en una seguidilla de cuatro o cinco episodios magistrales y el cierre despidió a los personajes con la dedicación merecida. Pura emoción, el desenlace previsto desde el primer día y al que fuimos llevados por una espiral de seis años deliciosos.
Si no fueron dadas mayores explicaciones es porque la serie nunca se trató de proponer verdades y certezas tanto como de recorrer un apetito permanente por el desconcierto y la imposibilidad. Una ensalada de cabos sueltos que desde ahora alimentará conversaciones interminables hasta que aprendamos a soltar lo que se ha ido, a no buscarle clausuras a lo que siempre fue movimiento.
Una semana después del final, los foros, discusiones y polémicas sobre lo que pasó o no pasó con la isla y sus ¿sobrevivientes? han construido una nueva red de tensiones que impide abandonar el juego, que invita a llevarlo un poco más lejos, a hacerlo cada vez más nuestro. Jack nos pasa la posta, tendido en el bosque de bambú, con Vincent a su lado y el cielo atravesado por un avión que llegará a destino. La realidad será un invento permanente, sostenido por las personas que amamos, los libros que leemos, las cuentas pendientes, los errores y los encuentros, los juegos de mente en los que aceptemos entrar. Jack descansa en paz aunque no entendamos nada. Su misión está cumplida.
Demasiadas concesiones
Por Andrés Fundunklian
Después de seis años abriendo interrogantes terminó Lost y dejó un vacío en millones de espectadores que esperaban ansiosos que se resuelvan los enigmas. Y ése fue el gran problema: tratar de conformar a los fans sedientos de respuestas.
Es cierto que el desafío de resolver tantas historias abiertas no era una tarea sencilla, y por fortuna los lugares comunes no fueron tantos como los de un happy ending hollywoodense. Pero ¿había necesidad de erigir a Jack en un semidiós, cuando el espíritu que siempre preponderó fue el de la fuerza grupal? ¿No fue un manotazo de ahogado dejarle el legado a Hurley porque Jack tenía que “morir”? ¿Sayid debía “inmolarse” sólo por ser iraquí? En un plano más técnico, no hacía falta el link explícito a la primera temporada con Jack y Kate en la escena con las piedras negra y blanca del juego de mesa, y hasta hubo fallas de continuidad: por ejemplo, no coincide la ropa de Kate en las últimas escenas (¿será cierto que rodaron los últimos minutos un día antes de emitir el episodio final?).
La obsesión de los fans eclipsó finalmente a los guionistas, que cayeron en explicaciones demasiado místicas cuando la serie había recurrido a la ciencia como sustento de gran parte de su argumento. Buscaron originalidad, pero se quedaron a mitad de camino. Crearon un monstruo más poderoso que el mismísimo “humo negro” que ahora no podrán matar. No era para tanto, al fin de cuentas, Lost es una serie de TV. Sólo eso.
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